Pasteis de Belém
¿Qué puede justificar que un turista que visita una ciudad se desplace en autobús, tren o tranvía a diez kilómetros del centro, haga cola durante al menos quince minutos y se vuelva por donde ha venido? Si estamos en Lisboa, los Pastelitos de Belém.
Entendedme. No es que Belén no tenga interés para el turista. Existe el monasterio dos Jerónimos, el Padrão dos Descobrimentos y la Torre de Belém, también. Y buenas vistas sobre el río. Pero el barrio en sí, no es muy encantador.
Pero a pesar de esta falta de encanto visual, cientos de turistas hacen cola, cada día, a todas horas, y haga el tiempo que haga, frente al número 84 de la Rua de Belém para comprar un pastelito de crema. Uno o muchos más. Los que sean, de hecho, que a 1,05 euros el pastelito, no pasa nada si nos animamos un poco, siempre y cuando tengamos en cuenta que, como mucho, se conservan tres días en buenas condiciones -vale la pena saberlo si prevemos repartir a diestro y siniestro cuando volvamos a casa-.
Hace un par de semanas, cuando visité el lugar -en mi caso, entré para comer los pastelitos, entablado y con un café-, me preguntaba mi acompañante si era para tanto. Y en ese momento le contesté: sí y no. Me explico:
Sí. Los hay para tanto porque realmente son buenísimos, te sirven calentitos y la base de hojaldre está crujiente. Es un auténtico placer probarlos. El ‘no’ viene por la parte de llevártelos a casa. Una cosa es comerte el pastelito al momento y la otra, tenerlo dentro de una caja y no tocarlo hasta al cabo de dos días. La crema sigue siendo buena, sí, pero el crujiente ha desaparecido y, entonces, no hay ninguna diferencia entre el Pastéis de Belém y el Pastéis de Nata que encuentras en todas y cada una de las pastelerías -y son muchísimas- que hay en cualquier rincón del país. De hecho, este tipo de pastelitos son típicos de todo Portugal desde el siglo XIX, pero originarios del barrio de Belém y uno de los símbolos de la repostería lusa.
Recién hechos y con toque de azúcar o canela. ¡Buenísimos!
El sabor de estos pastelitos ‘de marca blanca’ tal vez no sea tan bueno como los de la pastelería más famosa de Belém -aseguran que la receta exacta es un secreto de estado- pero, en mi humilde opinión, lo que convierte a los pastéis de Belém en un polo de atracción turística de primer orden, es poder probar recién salidos del horno. Si no es así, pierden la gracia y la singularidad. Por lo tanto, acercaos a ella y hacer la cola si queréis comer un buen pastelito, pero si vuestra intención es tenerlos dentro de una caja hasta después de dos días -aunque me hace difícil pensar que alguien pueda resistir la tentación-, no vale la pena y puede comprar un pastelito de crema de ‘marca blanca’ en cualquier pastelería de la capital portuguesa.